Hoy han recaído dos noticias relevantes para el mundo de la museología. O por lo menos que suscitan el interés y la reflexión. Por un lado el Periódico La Nueva España de Asturias ha sacado la noticia de que “Langreo aprueba encargar a Tragsa el proyecto del Ecomuseo del Samuño” (http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2008091000_37_673835__Nalon-Langreo-aprueba-encargar-Tragsa-proyecto-Ecomuseo). La otra noticia es la aparición del esperado proyecto para la construcción de un espectacular museo que homenajeará a las victimas del 11-S en Nueva York (http://www.soitu.es/soitu/2008/09/09/vidaurbana/1220981962_531824.html)
Nos encontramos con dos formas de hacer museología. En el primer caso hablamos de un ecomuseo, una institución que, en esencia, parte de la una matriz comunitaria que utilizará su patrimonio no tanto para la contemplación estética sino para afianzar su identidad (como comunidad), y para la rentabilidad social, cultural y económica que de ellos desprenden. En el segundo caso hablamos de un museo para la contemplación que se enmarca en la espectacularidad de los grandes museos urbanos y que, ya en su presentación, ha estado marcado por los conceptos de: estética, espectáculo. No obstante, son dos museologías, dos formas radicalmente opuestas de entender un museo pero las dos con un mismo fin: conservar un patrimonio inmaterial. En el primer caso conservar la identidad de una población local. Una identidad que es simbólica pues es la población quien se siente perteneciente a una serie de artefactos materiales o un determinado paisaje natural. El Patrimonio no tiene valor en sí, es el ser humano (el que lo utiliza y convive con él) el que le inflige ese valor patrimonial. En el segundo caso hablamos de conservar sentimientos, emociones, tristezas y melancolías.
Aparte de estas matizaciones es interesante la forma en la que se van a realizar los trabajos para construir estos “contenedores” de memoria.
El ecomuseo se ha encargado a Tragsa (http://www.tragsa.es/), una empresa de capital público que tiene en nómina a 2000 trabajadores y que a lo largo de sus proyectos contrata eventualmente a cerca de 11.000 trabajadores más. Tragsa nació en 1977 y tiene por como objeto el diseño y construcción de infraestructuras y equipamientos necesarios para la modernización y mejora de los sistemas de producción agraria, las tecnologías para un mejor aprovechamiento del agua, actuaciones forestales y de conservación y mejora del medio natural, servicios destinados a la protección y disfrute de los espacios naturales, así como del medio marítimo. Navegando por su página web no consta una sólida trayectoria en infraestructuras museológicas, pero menos aún en ecomuseología. Teniendo en cuenta que los ecomuseos parten de una pedagogía de la concienciación social y la practica de libertad al estilo de Paulo Freire, y de una acción social comunitaria por parte de quien va a gestionar ese patrimonio: La comunidad. Un ecomuseo es un ente vivo, no es un edificio, no es una infraestructura. Un ecomuseo es una ecuación donde Patrimonio, Territorio y Comunidad se complementan. Aún no conocemos el proyecto museológico y museográfico, pero ya sabemos que no lo han llamado proyecto ecomuseológico.
Para el segundo caso tenemos el debate entre el contenido y el continente. Vivimos en la sociedad, en la cultura del simulacro. Nueva York va a construir un museo que es más espectacular, o eso parece, que lo que va a albergar: espíritu de ayuda, superación y solidaridad que desarrollaron los neoyorquinos los días de la tragedia.
No podemos obviar que estamos en la cultura anglosajona y en la meca del espectáculo financiero, pero ésta no puede tapar la verdadera esencia de lo que se va a conservar en el museo. El museo es un medio, la exposición un medio, el fin es llegar y hacer pertinente al público con lo que está recibiendo.